Tuesday, June 2, 2009

Reporte de inspección lojana al territorio de la Conchinchina

En Ecuador eran pasadas las 11 de la noche cuando desperté, luego de haber dormido toda la mañana. Mi primer amanecer en Ciudad Ho-Chi-Minh, antes Saigón, la capital comercial de la República Socialista de Vietnam. Es la habitación 232 del hotel Tan Hai Long 3, lo primero que encontré al borde de la media noche, luego del viaje de 33 horas desde Boston. Mis primeras impresiones de este país estuvieron un poco nubladas por el cansancio del viaje. Aún así, me queda la sensación de un aeropuerto nuevo y funcional, de una ciudad con una gran vida nocturna, de taxistas que, sin hablar ni gota de Inglés, entienden y se hacen entender a la perfección, y de gente acogedora, servicial, sencilla, que sonríe con mucha frecuencia. 

También aquí con la novedad de que la calidad sí hace la diferencia en los sombreros de paja toquilla. Algo que debí haber supuesto antes de elegir el más barato para traerme a Cambridge luego de mis vacaciones de fin de año, y que entendí plenamente luego de que el mencionado ítem llegó a Ciudad Ho Chi Minh quebrado en varios sitios, como si alguien hubiese tomado un cuchillo y lo hubiese cortado aleatoriamente, para pasar el aburrimiento.

Antes de almorzar salí a buscar la casa de huéspedes en donde voy a estar viviendo los próximos 2 meses. No fue fácil dar con ella. El taxi me dejó en un callejón, en donde al menos 8 casas tenían el mismo número que yo tenía apuntado… sin otra referencia que la dirección (ni siquiera el nombre de la propietaria, ni otra seña particular del sitio) tuve que preguntar y ser guiado por los vietnamitas del vecindario que, aunque siempre serviciales, hablaban tanto Inglés como yo su idioma.

Pero llegué. Y conocí a la propietaria, Co-Wang (o algo por el estilo…), una señora muy amable, con una sonrisa generosa, y con un conocimiento del Inglés tan avanzado como el de sus compatriotas mencionados en los párrafos anteriores. Me mostró mi habitación en el segundo piso. Bonita, cómoda. La ducha en el baño distinta a lo que conozco: nada la separa del resto del cuarto, ni cortinas ni divisiones en el piso, con lo que cada ducha implica un lavado completo de toda la habitación. Y la vista de mi ventana tampoco nada del otro mundo: da directo a la puerta de entrada de otra de las habitaciones de alquiler que hay en la casa. Esto, sin embargo, resultó muy conveniente, pues cuando Co-Wang se dio por vencida en su intento de superar a punta de lenguaje de señas nuestras diferencias idiomáticas, llamó a la puerta del frente de donde salió quien sería nuestro traductor y mi primer amigo en Vietnam. Es un estudiante coreano, que estudia el Idioma Vietnamita en la Universidad Nacional en Ho Chi Minh City. Acababa de terminar su tercer año de cuatro en total, y esa noche volvía a Corea para pasar allá el verano. Ni su Inglés ni su Vietnamita eran impecables, pero fueron suficientes para que nos entendamos con mi arrendataria y me instale en mi nuevo lugar.

Se me ocurrió entonces que el Coreano era el informante ideal para encontrar una solución Triple B al hambre que acababa de desempacar. Así que le pregunté que dónde me recomendaba almorzar. Se quedó pensando por un momento, y me respondió con otra pregunta: “¿Comida de dónde te gustaría comer?” (queda claro que la población de extranjeros es significativa en esta ciudad y/o que los Siangoneses - ¿se dice así? – gustan de comer fuera de casa y de la cocina internacional). “¿Será que se puede encontrar comida Vietnamita?”, pregunté, medio bromeando, medio en serio…

Pho 24, esa fue su sugerencia. Al salir del callejón tomar la derecha, pasar los locales de los peluqueros, los cafés, el lavado en seco, cruzar la calle, pasar el KFC (sí, Kentucky Fried Chicken, no siglas de ninguna palabra en Vietnamita) (y de esos hay muchos, pero muchos por acá), y luego de 10 metros encontrar el lugar, que abre desde las 7 de la mañana hasta “tarde”. Supe luego que era una cadena vietnamita que no solo está aquí, sino en otros lugares de Asia. 

Pho es el nombre de la sopa de fideos típica Vietnamita. Por supuesto, eso es lo que había que almorzar. Buena decision. Claro está, tampoco el almuerzo estuvo libre de episiodios en donde la asimetría idiomática, esta vez con el mesero, se hizo evidente: nunca logré que me traiga una servilleta pero sí terminé con más de una toalla húmeda para limpiar las manos (aunque ahora que lo pienso, creo que eso es lo que usan aquí, no servilletas), y sin importar el entusiasmo y claros gestos que utilicé para pedir una botella de agua fría, refrescante, ideal para el calor y la humedad que para esa hora eran ya notables, lo único que conseguí fue una taza de sabroso té Vietnamita, calientito, casi hirviendo…

Luego, a caminar por la ciudad se ha dicho, armado solo con la fotocopia de un mapa que conseguí antes de salir del hotel en la mañana. Sabrosa experiencia, aunque un poco ofuscada por el calor de la tarde. 

Las motos sin duda son el rasgo característico de la ciudad, lo mismo que todas las guías turísticas y los recuentos de los visitantes dicen. Y no se puede sino caer en la repetición y decir la misma historia una vez que se está aquí, porque el asunto es simplemente impresionante. Salen de todo lado, sin parar, a toda hora, y van a un ritmo de vertigo en todas direcciones. Llevan vietnamitas y visitantes de toda factura, personajes tan llamativos que ninguna crónica sería capaz de describirlos cabalmente.

La ciudad es tropical, ruidosa, alegre, caliente… se me ocurre muy parecida a Guayaquil, al menos a las zonas que se le han escabullido a la regeneración. Caminé por una zona de museos: el de la Independencia, el de la Revolución, y por la Catedral de Notre Dame que queda en la calle Pasteur (huellas del pasado colonial del país). Y terminé en un Mercado, de esos que me gustan visitar en cada sitio. Simplemente encantador, con toda clase de comestibles y no comestibles de venta, mariscos secos, frutas que en mi vida he visto, camisetas de Ho Chi Minh junto con otras del Ché Guevara, peluquerías, locales para que las damas locales se sienten a hacerse el pedicure bloqueando parte del tránsito, tiendas de ropa muy al estilo de la Bahía en Guayaquil y, por todo lado, negociante que también comparten el espíritu de la Bahía (me ofrecieron un par de zapatos a 25 dólares, y en cuanto me di la vuelta para seguir a la siguiente tienda me los volvieron a ofrecer en 10…).

En fin, una tranquila tarde de domingo, mi primer domingo en la Conchinina. (Sí, si alguna vez te dijeron que algo quedaba en la Conchinchina, lo estaban ubicando –con o sin conocimiento de causa- en la región sur de Vietnam que limita con Camboya, en donde la ciudad más representativa es esta Saigón que tan amigable ha sido en recibir al suscrito lojanito).

No comments:

Post a Comment